En el momento que pise el suelo del aeropuerto de Nairobi un pequeño escalofrío recorrió mi cuerpo, algo que me hizo sentir distinta. Este lugar tiene algo, no sé cómo llamarlo, lo describiría como un paraíso onírico del que no eres del todo consciente que formas parte, hasta que te vas. Los lugares que he visto estaban formados por unos espectaculares paisajes de dimensiones infinitas, enormes acacias hasta donde alcanza la vista, animales salvajes habitando en las tierras, pero, sobre todo, un grupo de maravillosas personas que te hacen partícipe de sus vidas.

Personas alegres, con enormes sonrisas y tremendamente acogedoras. En Kenia he encontrado una especie de individuo que no se hallan en muchos lugares, personas que te ofrecen más de lo que tienen, que lucen con orgullo esa vida construida con tanto trabajo, mostrándonos sus costumbres, la vida de sus antepasados, dándonos a probar su sabrosa comida, y todo esto siempre acompañado de una gran sonrisa.

Estuve dos semanas, viajando, aprendiendo palabras en swahili, conociendo culturas y haciendo amigos. Nos movimos siempre en coche porque las distancias que teníamos que recorrer eran muy largas. Estuvimos en Nakuru, Naivasha, Molo, en el lago Elementaita, Mariashoni … y muchos lugares más de cuyo nombre no me acuerdo.

Paseamos por los bosques que en esos momentos estaban con un color verde impresionante, vimos cómo se recogía la miel antiguamente, estuvimos en un orfanato de animales, dormimos en una reserva natural en la cual a las noches no se podía salir porque había hipopótamos y jirafas en la puerta, estuve sentada en una orilla de arena  negra viendo como comen unos flamencos que se bañaban en un agua verde, hicimos 3 safaris, plantamos un árbol en un colegio, dimos un paseo por el lago, bailamos con mujeres masáis, estuve rodeando un cráter, hice la prueba de mirar donde giraba el agua en el ecuador, di el biberón a unos ciervos huérfanos, me monté en barca en un lago con hipopótamos, di de comer a una jirafa,  y echamos una carrera a una avestruz con el coche.

Esto sólo me podía haber pasado en Kenia, y sólo en dos semanas. Sin duda ha sido una de las experiencias más bonitas de mi vida. El tiempo pasó tan rápido que cuando me quise dar cuenta ya me estaba despidiendo de mis amigos. Aunque tengo la esperanza de volver algún día para ver cómo han cambiado las cosas. Ah, y ver mi árbol, obviamente.

Para terminar, me gustaría terminar diciendo un par de palabras que he aprendido en mi viaje. “Napenda” significa “Me gusta”, así que, ¡Napenda Kenya!.