El Padre Enrique Rituerto llegó con 25 años a Kenia, corría el año 1970 y fue de los primeros padres de la congregación que viajó en avión, ya que algunos de sus colegas habían viajado en barco hasta tierras africanas. Aprendió a hablar el kiswahili con acento vasco y a chapurrear las lenguas locales de las misiones a las que le enviaron. Pero la tierra que le robó el corazón fue Meru, en el corazón del país, por el corazón de sus gentes y la selvática naturaleza que se extiende a los pies del Monte Kenia, con sus nieves eternas.

Fuimos a visitarle hasta la obra de su vida, la Misión Mujwa, en el corazón de las tierras de Meru. Cruzamos el puente y la lluvia que empieza después de la época seca nos recibió para bendecir nuestro camino. Después de muchas horas de viaje y de comer mucho polvo, habíamos llegado. En los pocos días que pudimos estar con él nos enseñó muchos de sus proyectos, que necesitan de tanto apoyo, una escuela rural de primaria para los niños más necesitados, un proyecto agrícola, una casa para niños huérfanos con edades comprendidas entre los 2 y los 13 añitos. Y una de las cosas que le produce más orgullo: una sala con viejos ordenadores para que los adolescentes conozcan y aprendan las nuevas tecnologías, algo atacada por las termitas, por lo que hay que echarle un ojo de vez en cuando para ir poniendo aceite quemado para que no se extiendan demasiado.

Misioneros como él hemos conocido en varios países africanos. Héroes olvidados a veces, han luchado por construir y mejorar las condiciones de la población local. Y a lo contrario que a veces pensamos hoy en día, muchas veces la evangelización es una cosa secundaria. Lo primero son las clínicas y las escuelas, la llamada de teléfono de alguien necesitado que necesita ir al centro de salud y no tiene dinero, una madre que está a punto de parir y necesita ser trasladada al hospital, o atender bien a la familia de un difunto, preparando la comida tradicional, para honrar al espíritu que les ha dejado.